Noemí Jurado

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Nací y crecí en España en el seno de una familia cristiana. Me llamo Noemí, soy hija única, tengo 29 años y hace ocho que Dios permitió que acabara mis estudios. Disfruto pasando tiempo con mis hermanos y amigos en la fe, compartiendo y escuchando… y por supuesto, cada momento al lado del mejor hombre que Dios podría darme. ¡Me encanta la música! Leer, cocinar, pasear, estudiar, los idiomas, y todos aquellos pequeños detalles de la vida como un café humeante en buena compañía, una tarde lluviosa de otoño, el olor a castañas asadas y a tierra mojada. Pero todo esto… poco importa.
Dios me salvó a los 6 años de edad. En mi mente de niña y por medio de las explicaciones de mi padre acompañado de versículos de la Bíblia, Dios quiso a bien que entendiera, que estaba muerta en mis delitos y pecados “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos). Efesios 2:4-5“. Así nací, así crecí y así iba a morir, en separación eterna de Dios, porque mi condición depravada y en pecado frente al tres veces Santo, hacía la separación entre Dios y yo: la muerte física y espiritual. Esa era mi situación real: la soberbia, el orgullo, la necedad, la maldad, la envidia, malos deseos y como Dios dice, “…todo designio de los pensamientos de ellos eran de continuo solamente el mal. Génesis 6:5″ . De mí misma no podía hacer nada para ser salva. Mas el énfasis es: Pero Dios…” en Su soberanía, en Su buena voluntad, misericordia, amor y consolación eterna y no por mi decisión, oración, o “bondades” que en mí hubiera, Él quiso escogerme y llamarme desde antes de la fundación del mundo para que fuese suya por medio de mi Señor y Salvador Jesucristo. No había méritos propios. No había ni siquiera inclinación en mi corazón a amar a Dios, no era capaz ni de cumplir Su primer mandamiento… “Pero Dios…”
 
Dios me dio vida (Ef. 2:5), y luego me salvó del pecado, de la muerte y del infierno y me dio Su esperanza eterna, que es aguardar el regreso de Cristo, nuestro Prometido celestial, y vivir por toda la eternidad en Su presencia que es lo que le da sentido al Cielo. El Cielo es un lugar hermoso, porque allí está nuestro Dios. ¡Qué maravilloso consuelo para nuestras almas! Así fue como Dios quebrantó mi corazón en arrepentimiento y me dio la fe para creer de todo corazón en la muerte del Señor Jesucristo en mi lugar y a mi favor.
Mi deseo es crecer en santidad y conocimiento del Dios Santo, y vivir conforme a esa esperanza bienaventurada de la venida del Señor Jesucristo. Mientras Su pueblo aguardamos Su venida, quisiera ser útil en las manos de Dios, sea lo que sea que Él demande de mí en esta tierra.
Que Dios haga Su obra para el avance de Su reino y añada cada día los que han de ser salvos.
“Solamente temed a Jehová y servidle de verdad con todo vuestro corazón, pues considerad cuán grandes cosas ha hecho por vosotros.”  1º Samuel 12:24

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